Estaba bastante cansado y agotado cuando llegué a Hillingham. Durante dos noches apenas había pegado un ojo y mi cerebro empezaba a sentir esa sensación de adormecimiento que indica el agotamiento cerebral. Lucy estaba despierta y de buen ánimo. Cuando me dio la mano, me miró fijamente a la cara y dijo: "Hoy no te quedarás despierto. Estás agotado. Yo estoy completamente recuperada; de verdad que sí. Y si hay que quedarse despierto, soy yo quien se quedará contigo". No discutí el punto, sino que fui a cenar. Lucy me acompañó y, animado por su encantadora presencia, hice una excelente comida y bebí un par de copas del más que excelente oporto. Luego, Lucy me llevó arriba y me mostró una habitación al lado de la suya, donde ardía un acogedor fuego. "Ahora", dijo, "tienes que quedarte aquí. Dejaré esta puerta abierta y también la mía. Puedes tumbarte en el sofá, porque sé que a ninguno de ustedes los médicos les convencerá de acostarse mientras haya un paciente por encima del horizonte. Si necesito algo, llamaré, y podrás venir a verme enseguida." No pude más que aceptar, porque estaba "muerto de cansancio" y no habría podido quedarme despierto aunque hubiera querido. Así que, después de renovar su promesa de llamarme si necesitaba algo, me tumbé en el sofá y olvidé todo.
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